En los años ochenta, algunos “progresistas” avispados decidieron sacar unas perras de una actividad que ya se venía practicando de forma espontánea desde los tiempos de Stalin y Mao, y montaron agencias especializadas en “turismo revolucionario”. Uno de aquellos negocios, vinculado al diario The Guardian, ofrecía tours para los viajeros con “una afinidad política” y los mandaba a Nicaragua, Vietnam o Cuba, para que reconfirmaran in situ su admiración por los regímenes totalitarios. Ahora, en España, está a punto de descubrirse una nueva modalidad turística en la misma onda, pero más sofisticada. Cualquier organización armada, como gustan de llamar a las bandas terroristas el PNV y ERC, que presente algo parecido a un brazo político, ya sabe donde podrá celebrar sus congresos sin incordios. En el Exhibition Center de Baracaldo, sin ir más lejos, que es donde proyecta deliberar la ilegalizada Batasuna el día 21.
El presidente del Gobierno ha protagonizado el primer gran spot publicitario de ese negocio. En España –ha recordado– la Constitución reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas y establece que el ejercicio del mismo no necesita autorización previa. Es cierto que un grupo ilegal no tiene derecho a reunirse por culpa de la “muy restrictiva” Ley de Partidos a favor de la cual él votó. Pero –siempre hay un pero, cuando conviene– que un grupo ilegal no pueda ejercer ese derecho, no significa que los individuos de ese grupo ilegal deban quedarse compuestos y sin congreso. Eso se llama hilar fino en términos zapateriles. López Garrido, menos delicado él, le ha hecho el eco con estas claras palabras: en democracia, para reunirse, no hace falta permiso. Y punto.
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